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Saturday, June 30, 2007

CUENTOS PUBLICADOS (1)

Las fosas

(publicado en www.thebarcelonareview.com enero de 2006)



Enterrar diariamente a cuatro o cinco cuerpos no es lo malo. Lo peor viene cuando hay que aguantar ese sol de trópico, a las tres de la tarde, las moscas verdes pegoteadas a la piel, volando de cuerpo en cuerpo, traspasando sudores de uno a otro, de muertos a vivos y tu ahí, chico, sin poder darles su merecido, firmes, aguante soldado, el sargento tieso escrutándote las intenciones. Ese cabrón sabía leer el pensamiento, o peor, lo que está antes del pensamiento: te sabía leer el dolor de estómago, las palpitaciones del ánimo, las ganas de largar todo, escapar, dejar esa locura.

No me pregunten qué hago aquí, en el peor lugar de la tierra a mis dieciocho años. Voluntario enganchado al Ejército, convencido de la causa nacional, desocupado, quería salvarme de una muerte segura a manos de la Mara, o de algún policía loco, de los que abundan. Así que me conchabé en la milicia. Quizás haya cosas peores, pero al poco tiempo supe que debería escapar de allí, irme al mismo infierno que seguro es mejor que éste.

Solo, sin cumpas para entretener las horas de la tarde, en un barracón abandonado -el sargento Díaz duerme en sus propias habitaciones- escuchando los gritos de animales para mí ignorados, las horas no pasan nunca. Soy bicho de ciudad- si a San Javier se le puede decir ciudad- y me gusta la salsa, la cerveza y el ron, las mujeronas -sobre todo las de más de treinta, expertas y seguras- y el merengue; pero mi vieja pide pan desde que murió el Papi y acá estoy aguantando todo por la paga que le envío mes a mes a la pobre.

Tuve que aprender mucho acá: afilar machetes, aceitar y cuidar los rifles, lavar la ropa, plancharla con un fierro a las brasas, cocinarme unos guisos horribles, casi sin especias.

Y a enterrar cuerpos. No me pregunten cómo, pero aprendí.

Al primero lo enterramos una mañana de marzo. Entrecerrando los ojos, apenas viendo tras las pestañas, lo arrojé con la ayuda del sargento a la fosa. Quedó quieto, desarmado como un muñeco vencido y con una sonrisa en la cara. Yo apenas miraba por terror a que me guiñara un ojo, me saludara desde el más allá o, peor, me invitara a acompañarlo.

- Me dan miedo los muertos, mi sargento -le dije a Díaz en cuanto pude.

- Pendejo desgraciado, te puedes ir acostumbrando a ellos porque a partir de ahora los verás de a docenas, todos los días, de ahora hasta el dos mil diez, já!

Se fue riendo. Y ahí le grite:

- Y usté, mi sargento, cómo aguanta

Me miró como a un mosquito molesto

-Y a usté qué le importa, pendejo insolente. ¿Quiere que lo mande al calabozo, soldado? Me limpia ya mismo el cobertizo.

Lo peor, insisto, son las moscas: verdes, grandes, moscardones pesados o chiquitas, como las de la fruta. Se meten por las fosas o la boca entreabierta, descienden al abismo de la muerte y, según supe, dejan su carga de huevos de los que emergen miles de larvas blancas que devoran la carne de adentro afuera. Las muy sucias suben después a lavarse sus patas entre tus pelos, a dejar sus cagarronas en tu piel y, si te descuidas, alguna larva lista para devorarte de adentro afuera.

Me contó el sargento que rocían la carne con un ácido para hacerla papilla, así sus malditos hijitos gusanitos la mastican con facilidad. Se hace una sopa olorosa, chorreante que deleita a las guarras y ese olor las atrae por millares desde todas partes. En pocas horas esos cuerpos hasta ayer vivos, se hinchan de esa sopa pútrida, de larvas, huevos y moscas y ofrecen el espectáculo más inquietante de la naturaleza.

Ahora soy experto. Puedo relatar lo que sucede hora a hora con esos cuerpos, como avanza el proceso, como van llegando ansiosas las mamás moscas a depositar sus crías, como a las pocas horas comienza a hincharse el cuerpo y a moverse, temblando casi con vida, por efecto de millones de gusanos devorando la carne muerta.

Sé cómo la muerte no es nada en comparación con la indignidad que sobreviene a las pocas horas.

Sigo. Quiero, necesito irme de “Las fosas”, como se llama este pozo. Para conseguir un traslado le escribo a la vieja cartas relatando esto con todo detalle. Si consigo horrorizarla puede que cambie de idea y prefiera para mí otro oficio. Por ahora no consigo más que quejas: “José, no vuelvas a escribirme otra de las tuyas, que me da palpitaciones y casi me matas de la impresión.”

Esto me confirma que voy por el buen camino: si logro convencerla de que este es el peor lugar de la tierra, de que aquí la muerte se me ha metido por los ojos y las narices, seguramente intentará que me cambien destino, a una oficina o un taller militar.

Hace dos días decidí escribirle mi obra de arte.

Como los caballos que enterramos acá en las fosas se nos han terminado, hacía tiempo que extrañaba un poco de acción para relatarle a la vieja. Por eso maté al sargento con un certero golpe de machete –estaba muy bien afilado- mientras dormía en su habitación. Esperé un par de días antes de arrojarlo a la fosa. Quería que su olor recorriera el bosque, a fin de atraer a decenas de miles de cabronas moscas.

Ninguna faltó a la cita.

Dieron un espectáculo magnífico, que supe relatarle a la vieja en la carta que acabo de enviarle. Sé que conseguiré, ahora, el traslado.


Wednesday, June 06, 2007

La Fábrica Estatal, Final

Nunca me había fijado en ella. Claro, era solo una niña, convertida de pronto en una mariposa espléndida de dieciocho años, Eliana: una vecinita cualquiera. Hasta ese día.

Yo vivía en lo de mis padres. Ni noticias de Dora y, menos, de Celia. Tantas crisis, tantas miserias, quién se acordaba del amor, esa cosquilla. Comía leyendo a Bakunin, leía manuales prácticos de explosivos, discutía en el Bar con Pedro o Paco, volvía a casa, acompañaba a mi viejo a su trabajo en el Almacén. Y de pronto, la vi., mirándome.

Con su breve falda, su camisita de manga corta y sus sandalias. La desee ahí mismo como animal. Tendría que revestir la frase anterior, humanizarla: “sentí inmediato amor por esa criatura que parecía venir de otro cielo”.

Era de otro cielo, como si los grises de la realidad, la presencia de la Fábrica, las sucias calles de la Ciudad, el humo oloroso que nos envolvía no existieran o fueran solo recuerdo en su presencia. Iluminaba. Eso sentí y, creo, ella lo supo desde el primer momento.

Me es difícil hablar de amor, un sentimiento que nació en esa mañana, al verla. Como si siempre hubiera estado ahí, agazapado, el amor me enseñó inmediatamente su lenguaje. Me fue fácil, no hubo torpeza. La invité a caminar, hablamos, nos reímos de todas las tonterías que aparecían, reales o ficticias. Me cosquilleaba el cuerpo, sentía que mi vista se llenaba después de tantos meses de usar solo la cabeza, que mis ojos dominaban a mi mente. Era ella la que ocupaba mis ojos.

La besé sobre el paredón del Club, mientras el Sol se ponía.

Llegué a casa, excitado y feliz, en una gloria llena de planes. Me tendría que buscar un nido, un lugar para compartir con Eliana. Conseguir el divorcio, conseguir un trabajo acá o en otra ciudad, ir hasta el fin del mundo con Eliana. La vida se me presentó de pronto como una pizarra, un espacio infinito para llenar con líneas, rumbos potenciales, estaciones futuras, sueños aun no soñados.

***

Sonó el teléfono. Era Celia que quería que nos viésemos. Pensé en sus pechos y le propuse vernos en su pequeño departamento.

- Quiero que volvamos a vernos- me dijo tras el sexo.

- Cómo, ¿no era que estabas muy bien con tu jefe? – le pregunté.

- Está como loco, pensando en irse.

- Casi no tiene trabajo, ¿no? con La Fábrica a media máquina.

- No, no es eso. La contaduría sigue trabajando como siempre.

Se hizo un silencio. Sabía que el motivo de su llamada tenía que ver con algo más que ganas de tener un buen polvo.

-Me enteré de algo- agregó. Parece que el Supremo decidió cerrar La Fábrica.

- ¿Y como lo sabes?

- Leí unas notas del Jefe. Le pregunté al pasar si querían cerrar. Tartamudeó algo y se me ocurrió que había dado en una tecla gorda, muy gorda. Parece que el Ministro de Producción le está serruchando el piso al Ministro de Defensa. Y que una de las piezas clave de Defensa, La Fábrica de El Producto, debe pasar a la órbita de Producción. El Ministro de Defensa se la quiere entregar…pero muerta, vacía, sin tecnología, ni insumos: está desguazándola en vida. Por eso cada vez menos trabajo, más desocupados.

- Y por qué me la cuentas a mí. Uno de tus ex amantes, solamente.

- Espera Leo, yo…te quiero aunque no me creas. Y quiero que nos veamos más a menudo. Eres muy dulce y muy lindo. Muy joven. Pero yo…necesito una seguridad, a esta altura de mis treinta años, que no puedes darme. El Jefe se divorció y me ofreció matrimonio. No está nada mal la oferta.

- Hablas como si estuvieras en el mercado

- Y lo estoy. Tengo un cuerpo atractivo por diez años más. Es lo único que tengo que el mercado valora. Soy perito contable, me olvidaba: 300 pesos al mes. A los cuarenta nadie me buscará. Seré una oficinista del montón. El mercado hoy me paga un matrimonio. Vendo.

- Cling. Caja.

- Ja! Ven, hagamos otra vez el amor, niño lindo.

***

Se vio a funcionarios de alto nivel llegando a la Ciudad. Corrió el rumor de que había planes de relanzamiento de la producción. Esto esperanzó al menos a las madres de muchachos que veían así cierto futuro, al menos. Los viejos, mayores de cuarenta, solo juraban e insultaban.

Los robos se multiplicaban, se hurtaban comida unos a otros, las patotas incomodaban a los vecinos, les robaban bicicletas, ropa. Las mujeres habían organizado comidas comunitarias, donde cada una aportaba algo a la olla común, y se servía un puchero espeso, mezcla de todo tipo de semillas, pastas, verduras, hortalizas, carnes, embutidos.

Los más audaces exploraban la comarca en busca de trabajo. Algunos campesinos aprovechaban la abundancia de manos para contratar trabajos menores por dos pesos. Al fin de la jornada los trabajadores ahora rurales volvían con sus moneditas a comprar algo al mercado.

Otros empacaban sus cosas y se marchaban para siempre. Sin mayores explicaciones, con una promesa de futuro en la otra punta del país, se alejaban los emigrantes: sus hijas llorando a sus novios, las mujeres dejando a sus amigas de toda la vida.

En poco tiempo la Ciudad estuvo en silencio, con pocas gentes con ánimo para conversar o tomar el sol en la vereda. Hasta los chicos iban al colegio casi sin hablar, pobres.

***

Al fin una mañana, en lo más crudo del invierno, ahí cuando se congela el agua de los charcos, llegó la noticia: La Fábrica pasa al Ministerio de Producción. Febriles comentarios de los vecinos, reunión en la municipalidad, algún pesimista gritando obscenidades. Lo de siempre.

La verdad es que la Fábrica estaba muerta. Una maniobra política no podía devolverle vida a un Producto ya inútil, superado por la importación de un sustituto diez veces más barato, desde algún lugar de extremo oriente. El cadáver de la Fábrica pasaría ahora al Ministerio de Producción, a cargo de un Ingeniero cuyos objetivos eran producir desde acero hasta caramelos, todo con el sello: “Hecho en la Patria” para alentar, decía, el “sano nacionalismo” entre las masas.

Todo esto me lo iban explicando Pedro, y, especialmente Celia. Su Jefe quedaba a cargo de la Gerencia Administrativa y a ella la ascendían a Jefa de Contaduría: salario de ocho mil pesos, chofer y teléfono sin cargo. Guau! le grité mientras me contaba las noticias y me enteraba de la maniobra de vaciamiento que protagonizó la anterior dirección.

De todo esto hablaba esos días con Eliana, mi nuevo amor. Ella me miraba como sin entender. Sabía que Celia me llamaba a menudo y no podía evitar ponerme cara de odio.

Sabía también de mis anteriores delirios sobre volar la Fábrica. Hasta le mostré, en un baúl, los explosivos y le enseñé lo básico. Le brillaban sus hermosos ojitos.

***

Así fueron las cosas, en resumen. Celos, una damita muy audaz, celosa de la experta Celia. Leyó, secretamente todas mis notas, ató cabos, habló con Paco. Y lo convenció al muy tonto. Todo a mis espaldas.

Qué buscaba: todo, llamar la atención, hacerme un favor cumpliendo mi deseo de volar la Fábrica, desplazarla a Celia arruinándole su fabuloso empleo, encontrar unas historia para contar, ser protagonista de un hecho extremo, feroz, único. Obligarme a escapar con ella a la otra punta del mundo, correr la aventura de huir de la policía, sentir la adrenalina correr por la sangre. Todo lo que cabe en una cabeza de 17 años, en una Ciudad dormida, atacada de parálisis, estupidizada ante la contemplación de su monstruo herido de muerte. Una ciudad a punto de decaer sin prisa, pero seguro.

Entonces, señores del jurado: mi novia voló la Fábrica. Todas las sospechas cayeron sobre mí, la muy tonta no pensó en eso. Me aprehendieron esa misma tarde, cuando aun humeaban los restos de la fábrica. Pero soy inocente: debo acusar a mi amor, a la dulce Eliana de esta desmesura, ayudada por el simple de Paco. Pedro no tiene nada que ver: ninguno de los miembros de la Red de Conspiradores, a excepción de Paco, tuvo algo que ver con la voladura. Pero, señores: ella es inocente, fue su loco amor, su juventud la que inspiró sus actos. Ningún objetivo político, ningún cálculo, solo su irrefrenable sangre, la locura que mueve sus caderas y que, confieso, me vuelve loco a mí. Es aun menor de edad, no es responsable: cumplió el deseo oculto de todos nosotros, el terminar con el temor, con la prepotencia, con el sinsentido, con la opresión, la inutilidad, la falsa seguridad, el estancamiento, con la vieja e inútil Fábrica Estatal. El destino actuó a través de Eliana. Ahora deberemos encontrar otro sentido a nuestra vida. Muchas gracias.