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Thursday, September 14, 2006

Fenómeno

Episodios I

Entonces, les cuento mi vida. Me lo piden tantos que ya me es imposible negarme. Sé que será difícil para mi. Nunca ejercí de memorioso: lo mío es vivir, simplemente. Dejar que me recorra una cosquilla por el cuerpo y me obligue a ponerme en movimiento. Disfrutar con cada sonrisa o cada asombro que logro arrancar, la de esa vieja amargada, la de ese chico medio bolas que me mira. Pero, de recuerdos, poca cosa. Algún beso, alguna trompada, algún discurso, alguna borrachera.
Fui hilvanando mis días como si cada uno tuviera poco que ver con el otro: cuentas de un rosario -con perdón, que soy ateo-. No agnóstico: ATEO, con mayúsculas y a mucha honra. Esa si es una buena historia. Resulta que tenía que ir a catequesis, preparándome para la Comunión. A la primera historia absurda , más absurda aun contada como película de Disney, para niñitos de cinco años (“entonces caminó sobre las aguas..”) se armó. Después supe que esa historia fue reescrita cientos de veces, deformada, exagerada, engrandecida. Bueno, que cuando la estaban contando me reí. Primero todos se dieron vuelta a mirarme y el asunto fue que el catequista me retó públicamente.
- Cualquiera puede hacer eso, no por eso es un dios-le respondí.
- Cómo te atrevés, niño, quien te ha dicho esas cosas..
Me levanté, fui a la cocina, abrí la canilla fría, cerré con el tapón el desagüe y esperé unos segundos. Cuando el agua fue suficiente me subí a la mesada y llamé al cura. Apareció seguido por la tropa de párvulos catequísticos. Y ahí, ante la mirada azorada del grupo me paré en el agua, digo: en la superficie del agua. Mis pies no se hundían. Descansaban firmes sobre el agua. Me puse a zapatear el malambo ante los gritos de los chicos y el aullido de horror del maestro. Me obligó a bajarme y me arrastró de la oreja hasta la salida del salón. Nunca volví.

Poco a poco me di cuenta de que era un fenómeno. Mis viejos (gente increíblemente estúpida, monótona, lineal, primitiva) no percibían nada, aun cuando algunos vecinos les venían con cuentos, o hazañas.
- Su hijo flota en el aire, Mirtha.¿Cómo lo hace, cual es el truco?
Mirtha miraba al cielo, se persignaba y lo tapaba. Como la película: ”De eso no se habla”.Así que decidí ocultar mis poderes, dormirlos, desaparecerlos. Durante el resto de mi adolescencia durmieron, entonces, mis ganas de volar, de hacerme invisible, de adivinar el futuro o el pasado oculto. Estudié como chico aplicado, simple y llano, como nuestra Pampa.

Pero fue difícil. Sobre todo cuando a uno le entran las ganas de levantarse a la chica más linda de la división: Adriana. Ni me miraba, hasta que una vez le pregunté si quería un chocolate, un Lindt para ser exactos. Cremoso. Un imposible fuera de nuestras posibilidades económicas. Me dijo que sí y ahí mismo, ante sus ojos, de la nada hice emerger un espécimen de piel clara, una joya aromática y crujiente. Lo comimos mirándonos a los ojos con furia. Yo lo comía pensando en su piel suave y ella…no lo sé pero me miraba como invitándome.

Así, cuando jugaba al fútbol o cuando pasaba a dar lección o había examen, cuando tenía que entretener las horas libres, cuando iba a algún baile, para adivinar un pensamiento o asegurar quien sería el próximo en tocar el timbre: siempre había una ocasión para mostrar algún milagro, algún regalo inesperado. Jugaba con la vida: creaba pequeños objetos de la nada, entraba en los pensamientos de cualquiera y veía fantasmas etéreos, sobre todo en lugares viejos como la Estación.

Hasta que hartos de las habladurías (¿este chico no estará poseído?, preguntaban las señoras) mis padres decidieron emigrar, irse, cambiar de ciudad. Casi muero de tristeza. Adriana, mis compañeros del colegio. Los chicos del fútbol.
Llegamos a Buenos Aires, entonces, desde Carlos Tejedor, del pueblo a la megaciudad. Durante varios meses olvidé mi don: me sometí a la ciudad, a su ruido, a sus ritmos, a su tráfico. Buenos Aires, odiada y amada capital de nuestro país nos mostraba su indiferencia: qué sería de mi magia frente a tanta pretensión, tanta historia orgullosa.
Decidí no ejercer mi poder hasta no entender bien como se cocían las cosas en esa ciudad.

(continuará)

Monday, September 04, 2006

Amantes

Te vi. Fue de lejos, casi a escondidas. Vos caminabas despacio, mirando vidrieras, eligiendo quizás un regalo para tu esposo. Yo, furtivamente, te había estado siguiendo desde que saliste de tu puerta. Atiné a esconderme y te seguí. Durante la caminata reviví tu olor después de hacer el amor, recordé tu piel y la forma de mirar cuando llegabas al éxtasis. Fui poniéndome cada vez más triste y deprimido. Tenía rabia por la forma estúpida en que te perdí. Cómo te dejé irte de mi vida y como nunca intenté recuperarte.

Me propuse de una forma que ahora veo irracional, recuperarte, a la fuerza si fuera necesario. Ya se que no es lo correcto, que las cosas hay que hacerlas de forma adulta, sin cometer locuras. Bien, que alguien me explique cómo te recupero mediante una conversación, o un email: “querida, quiero que vuelvas conmigo. Te perdoné todo”.
Así que –en forma totalmente incorrecta, irresponsable y adolescente- me decidí a secuestrarte. No en ese momento. Planearía en calma el cómo. Pero tenía claro el qué. Te llevaría a la fuerza a algún territorio amigo y ahí te obligaría a que reconsideraras tu decisión, me miraras tal cual soy: querible, tierno y me amaras con intensidad. Te divorciarías y nos casaríamos al fin, después de tantos años.

Pero fue imposible, mi amor. Te encontraste con un amante a la salida de unas tiendas. Se besaron y fueron, claro, a un alojamiento cercano. Los seguí, deshecho de rabia y de impotencia. Así que llamé a tu casa, le di el dato a tu marido y esperé, simplemente, a que hiciera su trabajo de marido engañado. Lo vi llegar demudado, esperar a que salgas y disparar dos veces.
Adios, mi amor imposible. Nunca deberías haberme dado el número telefónico de tu casa.