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Monday, September 04, 2006

Amantes

Te vi. Fue de lejos, casi a escondidas. Vos caminabas despacio, mirando vidrieras, eligiendo quizás un regalo para tu esposo. Yo, furtivamente, te había estado siguiendo desde que saliste de tu puerta. Atiné a esconderme y te seguí. Durante la caminata reviví tu olor después de hacer el amor, recordé tu piel y la forma de mirar cuando llegabas al éxtasis. Fui poniéndome cada vez más triste y deprimido. Tenía rabia por la forma estúpida en que te perdí. Cómo te dejé irte de mi vida y como nunca intenté recuperarte.

Me propuse de una forma que ahora veo irracional, recuperarte, a la fuerza si fuera necesario. Ya se que no es lo correcto, que las cosas hay que hacerlas de forma adulta, sin cometer locuras. Bien, que alguien me explique cómo te recupero mediante una conversación, o un email: “querida, quiero que vuelvas conmigo. Te perdoné todo”.
Así que –en forma totalmente incorrecta, irresponsable y adolescente- me decidí a secuestrarte. No en ese momento. Planearía en calma el cómo. Pero tenía claro el qué. Te llevaría a la fuerza a algún territorio amigo y ahí te obligaría a que reconsideraras tu decisión, me miraras tal cual soy: querible, tierno y me amaras con intensidad. Te divorciarías y nos casaríamos al fin, después de tantos años.

Pero fue imposible, mi amor. Te encontraste con un amante a la salida de unas tiendas. Se besaron y fueron, claro, a un alojamiento cercano. Los seguí, deshecho de rabia y de impotencia. Así que llamé a tu casa, le di el dato a tu marido y esperé, simplemente, a que hiciera su trabajo de marido engañado. Lo vi llegar demudado, esperar a que salgas y disparar dos veces.
Adios, mi amor imposible. Nunca deberías haberme dado el número telefónico de tu casa.

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