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Sunday, October 29, 2006

Fenómeno (segunda parte)

Apenas llegamos mi desilusión creció. No se si conocen la zona de Constitución: humo de colectivos, ruido, un gris triste, gente-miles, apurados- esperando su transporte o yendo hacia la gigantesca estación de tren. Hotelitos de mala muerte, barcitos, todo pobre, todo precario, todo feo. Yo tenía en la mirada aun el verde de los campos y la modesta belleza de nuestro pueblo.
Apenas nos instalamos, mi padre me llamó.
- Facundito te olvidas de todo, entendes?
- No, papi. Que es todo?
- De…eso - le costaba hablar al pobre viejo-, de las cosas…que haces.
- Por?
La cachetada llegó , ruidosa.
- No quiero, ni una vez más, ni por casualidad que andes por ahí…mostrando esas cosas, entendés? Ya nos tuvimos que mudar del pueblo por tu culpa. Nunca más un truquito de los tuyos.
Era la primera vez que se hablaba de eso en casa. La miré a mamá y la muy tonta seguía planchando la ropa que salía de los baúles de la mudanza. Ni una mirada de consuelo.
Me tragué la bronca y me dispuse a obedecer.
Llegar a los 15 años- en mitad del secundario- de un pueblo chico a esa inmensidad me afectó. Durante meses, apenas iba al colegio y de ahí rápido a casa. Nunca un milagrito, una pequeña distracción, ni estando a solas. Nunca un Lindt con almendras , ni una empanada chorreante de aceite o un helado de dulce de leche. Solo estudiar y estudiar las porquerías de ecuaciones y la Geografía de Asia y la Historia de las Instituciones y Física y Química. Ni un amigo. O novia.
Los compañeros, después de la indiferencia del principio, las tomadas de pelo y las cargadas se percataron de que yo era un tipo piola, y más aun cuando de la nada hice surgir un magnífico mazo de cartas con fotos de chicas en tetas y bombachita. Nadie me vio hacer el truco, así que no sospecharon mis poderes.
Me convertí en proveedor. Una pelota de fútbol, una de voley para las chicas, entradas para el cine, golosinas, cigarrillos L&M o los del filtro largo, Parliament. Así me fueron aceptando. Eso si, tuve que ir dejando mi pronunciación de pampeano (con eses casi como zetas y ciertas jotas raras “que vah jazer vo”) y hacerme el porteñazo de Constitución (“que vasaser vos”)
Pero algo… un instinto o una pasión desconocida me hacía desafiar la orden del viejo. Algún compañero, Petroni fue, me vio sacar un chocolate de la nada. El sí me vio. Gritó, casi, de sorpresa o de miedo. Le hice jurar que no diría nada…a cambio de un paquete diario de Marlboro de por vida.
Entonces todo se pudrió.
La ví, era una compañera, cruzando apurada para llegar al Cole antes que suene el timbre. Ni miraba el tráfico, solo cruzaba ansiosa por llegar a horario. La ví y tambien ví un enorme 60 amarillo que doblaba la calle justo cuando ella cruzaba. Era inevitable que la aplastara. Mi mente se separó de la realidad y comencé a ver la escena cuadro por cuadro, como en una película en cámara lenta. Mientras, yo corría a velocidad normal y pude así, fácilmente, tomarla del brazo y arrastrarla hasta la vereda impidiendo la llegada de la muerte.
La gente se agolpó, más maravillada que asustada. Todos habían sido testigos de un milagro, de una asombrosa alteración de las leyes naturales. Pero eso importaba poco, la alegría del rescate, esa burla a la muerte que yo había protagonizado los llenaba de gozo, como si estuvieran viendo la misericordia divina en directo. Era un momento casi de unción religiosa. Alguien, una viejita lo dijo: ”Milagro!, milagro!” y algunos se arrodillaron, se persignaron y otros me tocaban como si fuera un santo o un pequeño dios argentino, con mi cara de chico de pueblo.
Escapé. Sabía que esto llegaría a oídos del viejo y habría paliza. Y nueva mudanza.
Al otro día llamaron de un diario. Atendió mi vieja. La vi ponerse blanca y negar con la cabeza
-Debe haber un error, señor- decía-. No, seguro… no. Mi hijo no está en este momento. No sabemos nada. Adios
Colgó. Y me miró extrañamente: como indignada y maravillada al mismo tiempo.
Estaba superada. Apenas entendía lo que pasaba. La abracé y le dije:
-Basta de silencio, Má. Soy especial, sabés? Hago milagros, creo materia, detengo el tiempo, veo el pasado y el futuro.
- No es cierto-insistía, la pobre.
- Ya se que te cuesta admitirlo, Má. Pero es lo mejor saber la verdad. Y no buscar demasiadas explicaciones. - Tras lo cual, nuevamente de la nada saqué un ramo de rosas y se lo regalé. Casi se desmaya, la pobre.
La verdad no duró demasiado. Papá, enterado del asunto, no dijo nada. Simplemente comunicó a los pocos días que nos íbamos a Montevideo. No mentó el incidente. Dio la orden sin mayores comentarios. Decidí entonces guardar mi don hasta la muerte de mis padres.
(continuará...)

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