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Sunday, November 26, 2006

El hombre que se creía hormiga

Tuve un amigo que estaba convencido de que era una hormiga. Medía casi uno ochenta y difícilmente se lo podía confundir con un bicho pequeñuelo como la hormiga, aun la brasileña que mide unos cuatro centímetros. Pero él insistía. La última vez que lo vi tuvimos una discusión fuerte.

- Pablo -le dije- es imposible que seas una hormiga: sos grande, tenés dos patas, hablás y tu DNI dice Pablo Germán Alcántara, Nro. 25.678.987.
- Apariencias de una realidad más profunda, inasequible para mentes simples como la tuya. Yo SOY hormiga, aunque APAREZCO hombre. Confundís permanentemente esencia con existencia, ser con aparecer, estructura con coyuntura, proceso con evento, inconciente con conciente.
- A ver, necesito pruebas: qué comen las hormigas.
- Jé! Obviamente que me viste despachar recién un buen puchero de carne con batatas, papas, calabaza y choclo. Eso forma parte, obviamente, del plano apariencial de la existencia , puramente formal, dependiente de esa dimensión oculta, central y estratégica que comanda los artilugios de la realidad aparente a fin de ocultar la Verdad a los ojos de los ignorantes, como vos.

Entonces, algo molesto, me fui al lavadero, abrí un polvoriento estante y saqué un viejo pero efectivo veneno para hormigas, en aerosol. Regresé y mientras Pablo se entretenía cortando unas hojas de mi ficus, de un modo peculiar (con las uñas, infligiéndole dolorosos y pequeños cortes, por donde fluía la savia), mientras se deleitaba en esa tortura, lo rocié íntegramente.
Saltó como demente, presa de una atroz sufrimiento: me miró como reprochándome mi conducta y comenzó a caer hacia el piso, y a mover al azar y sin sentido sus brazos, ennegreciéndose ahora, mientras sus horribles antenas giraban descontroladas. Mordía el aire con sus pinzas, intentando colocar en su lomo los trozos de ficus que había cortado. Se empequeñecía rápido, pasaba como él diría de apariencia a esencia, de coyuntura a estructura, moría hormiga, ante mis ojos. Sus seis patas, por último cesaron de agitarse.
Creo que a partir de ese momento me convertí en devoto de filosofía kantiana, aquella que no deja engañarse con las apariencias de lo visible, aquella que nos relata la imposibilidad de saber la profunda realidad de lo existente. En general adherí al empirismo extremo de Berkeley, que insiste en descartar la realidad por fuera de los sentidos: la realidad es mera configuración de nuestras percepciones, sin existencia comprobable más allá de esas impresiones puramente circunstanciales. Quizás todos fuéramos cucarachas o quizás hipocampos, quizás todas las noches me abrazo a una foca olorosa creyendo que es mi adorable mujer y posiblemente matamos hormigas a pisotones no sabiendo que estamos así asesinando seres humanos que aparecen bajo la percepción como simples bichitos negros. Pobre Pablo.

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