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Sunday, May 27, 2007

La Fábrica Estatal, segunda parte

Recibí un Telegrama, de La Fábrica: ESTA DESPEDIDO, PASE A COBRAR.

Mi aullido debió haberse escuchado en todo el barrio: la gente se agolpaba en la puerta y yo solo atinaba a mostrarles la sentencia de muerte. Me compadecían, recibí algún abrazo, pero el ánimo era de curiosidad, algo parecido a ir a un velorio y querer saber como es la Muerte. Yo era un muerto en vida, una escoria, un desgraciado que confirmaba los miedos ancestrales de la Ciudad. Había recibido el castigo de las autoridades de La Fábrica, “por algo sería, a mi no me puede pasar nada, ¿no?” me decían esas miradas. Casi me pedían consuelo, ellos a mí:” usted cometió una tontería ¿no es cierto? En cambio yo, je… Yo soy una persona con buen sentido, templanza y amabilidad.”

Cuando apareció Dora, echó a los vecinos, me dio una sonora cachetada y se encerró en la habitación a llorar. Opté por ir a casa de mis padres.

Me enteré después, que mis entrevistas con Pedro en la Taberna fueron mi delito: juicio y castigo sin apelación. Cobré mi último salario y me dispuse a morir en vida: solo, sin trabajo, sin honor.

Pero me decidí a realizar una loca acción. Le haría caso a Pedro: volaría por los aires la maldita Fábrica.

***

Me puse en contacto con Pedro, pero no ya en la Taberna sino en un sitio remoto y escondido: una cabaña en mitad del bosque, utilizada por turistas en el verano. Pedro apareció con un tipo (treinta años, piel amarilla: nunca toma sol, odia la Naturaleza, lee mucho, tiene revoluciones metidas en sus neuronas, no sabe amar, pero es buena persona, imaginé en una fracción de segundo)

- ¿No pensarás que lo que te dije fue en serio, no? -empezó.

- Pues fíjate que si, que me lo tomé muy en serio. Pienso que hay que volar esa fábrica, que explote, desaparezca.

-¿Simplemente porque te echaron pretendes que en este pueblo todos queden en la puta calle, sin trabajo? -Insistía.

- Somos esclavos, hay que destruir la cárcel…pero acaso no lo decías tú: ¡volar esa mierda! Y por encontrarme contigo en la Taberna es que me despiden y ahora me vienes con que era en broma, te vas a cagar, Pedro.

- Calma Leo. Que lo que yo quería era provocar un vuelco en tu pensamiento, que te cuestionaras la existencia de ese antro del cual este pueblo depende y que es el que no lo deja crecer. Organizan nuestra vida social, manejan el Centro Comunitario, hasta los matrimonios son auspiciados por La Fábrica. Disponen de esta cabaña para el verano, organizan concursos, kermeses, festivales, invitan a artistas nacionales a sus recitales, ¡joder!: nos pagan con espejitos de colores todo lo que nos desangramos ahí adentro, pegando cables de mierda en un producto de mierda.

- Tú no pegas nada, nunca trabajaste ahí -le contesté.

- Es igual: todos en este pueblo de alguna manera trabajamos ahí. Escucha. Hay que cambiar las cosas, tenemos que seguir hablando. Este es Paco: un discípulo. Creo que podrán ser buenos amigos…

- Hola- me saludó Paco algo cortado.

- Hola. ¿Y el tema de que va? ¿Como deshacernos de los monstruos que nos dan vida y nos la quitan, al mismo tiempo? Yo ya decidí qué hacer.

***

Ese invierno el precio del Producto de precipitó, cayó a su peor pozo desde la Guerra y entonces el pueblo supo, al fin lo que era una crisis. Ya no se trataba de diez o veinte suspendidos o de tres o cuatro despedidos: el 14 de abril de 19.. se publicó el Parte de Crisis Nro.1:

La Fabrica Estatal ha sostenido durante décadas al progreso de esta localidad. Más allá de vaivenes de la economía, la voluntad de mantener activos los puestos de trabajo y colaborar con las instituciones de la Comunidad se ha mantenido invariable, constituyéndose así en un blasón, en un emblema que mostramos al País con orgullo.

Pero, hoy debemos tomar una decisión dolorosa e inevitable: el precio del Producto bajó a los niveles más ínfimos. Las ventas se desplomaron, los mayoristas devolvieron sus pedidos, la cadena de pagos se cortó, nuestros proveedores exigieron pagos en efectivo contra entrega. Así no se podía continuar. El Supremo Comité del Estado pidió rápidos planes de contingencia y nuestros gerentes delinearon estrategias de salida. A partir de mañana se enviarán 556 Telegramas de Despido. Todo volverá a la normalidad luego del Periodo de Excepción que rige desde este momento. Es de esperar que el precio del Producto vuelva a sus niveles normales”

Todos los vecinos salieron a la calle, a llorar, preguntarse causas y efectos, se abalanzaron sobre los periódicos, fueron a la Iglesia, se visitaron, se reunieron, gritaron y gimieron: se sentían exactamente como lo que eran: juguetes, ramitas que la corriente arrastra y lleva donde sea, ratoncitos asustados, cucarachas aplastadas, polvo a merced del viento.

Pero yo no.

Para aquel momento, de la mano de Paco y otros despedidos ya habíamos organizado una Red de Conspiradores cuyo propósito era volar la Fabrica de la Ciudad. Leíamos los clásicos anarquistas, construcción de artefactos explosivos, acción conspirativa, organización en células, doctrina ácrata, misticismo hindú, budismo y espiritismo. Un mundo de sabiduría que desconocía se abría a mi contemplación. Era un éxtasis permanente.

Mientras me perdía por ese sendero, la Ciudad agonizaba. La gente era reincorporada en cuentagotas a la Fábrica. Cada mes, veinte o treinta operarios se integraban al trabajo. Sus celebraciones contrastaban con el silencio de los relegados: los más viejos y los más jóvenes, los más flojos, los quejosos, los discutidores, los bromistas, los débiles, los necios, los muy bajitos, los excesivamente gordos, los demasiado inteligentes, los feos. Todos ellos eran desplazados al limbo. Aguardaban con débil esperanza estar en la Lista de Reincorporados, pero mes a mes se les apagaba el brillo, se les acababa el crédito, se iban diluyendo hasta que se incorporaban a la masa de perdedores, hurgadores de tachos de basura, nómades, locos sueltos.

Yo, sabía, no acabaría así.

Últimamente había comenzado a tener contacto directo con los explosivos que eventualmente elegiría. Me había decidido por la dinamita, dispuesta en torno a un cono que asegurara un enorme poder de penetración. Recordaba las gruesas paredes de La Fábrica, su contundente estructura y el enorme tamaño de su planta. Se requerirían no menos de diez focos, diez bombas de dinamita para voltear semejante arquitectura. Me entusiasmaba el mundo de los explosivos: ya sabía de memoria la característica de la nitroglicerina, la pólvora negra, el TNT, la dinamita. Esperaba ansioso poder probar alguno de ellos, pero sabía que eso era imposible por el estruendo. Me contentaba entonces con leer artículos en la Biblioteca y mirar todas películas de guerra que pudiera. En mi mente se agolpaban términos como Detonadores, Mecha lenta u ordinaria, Cordón detonante y relés de retardo, Barrenos y pegas, Taqueo. ¿Sería capaz de adquirir los componentes, almacenarlos, mezclarlos con seguridad, armar las bombas, colocarlas y hacerlas detonar?

Con Paco, al fin, organizamos una excursión a las montañas. Ahí, perdidos en valles inhabitados detonaríamos nuestros explosivos.

Cuando llegamos al nacimiento de Río Rante al fin mis deseos se cuajaron: armamos las bombas de dinamita, las conectamos a un sistema eléctrico de detonación y…el rugido se escuchó, el aire vibró, la onda expansiva nos tiró al piso, gritamos, aullamos, nos abrazamos, excitados.

Volvimos renovados.

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