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Thursday, December 01, 2005

Es tiempo de hablar de mi residencia en España

España, 1976: el futuro empezaba en ese momento. Yo lo sabía pero no hice todo lo necesario para beber cada día el jugo de un pais en movida permanente, discutiendo, bebiendo la libertad a tragos largos, emborrachándose de sexo, política y libros.
Ahí estaba yo con 26 años y una cierta pesadumbre de vejez, de tipo semiacabado que viene a España escapando de un mal sueño, fugado de un pais que se comía a sus hijos. Digo, que la maravilla estaba ahí, al alcance de la mano, pero no la disfruté lo suficiente. Quizás la historia paso a mi lado, y yo estaba mirando la Luna. No sé: es como haberme sentado en la mesa de al lado de la mujer más bella del Universo y perdérmela por estar estudiando el menú.
Fui testigo, sí, de esa democracia naciente, de esas noches de verano en que todo Madrid salía a mostrarse en las terrazas, donde el amor te miraba a los ojos, sin vueltas , con desparpajo y apuro. Estabamos todos ardientes: los jóvenes porque lo éramos, los no tan jóvenes porque venían de un pais en el que “follar no era pecado, era milagro”.
Uno iba a “Mazarino” y sabía que “ligaría” una chica quizás linda, quizás graciosa, seguramente feliz ella de “ligar” a un argentino (en aquellos primeros años todavía no se decía “sudaca”). O caminaba por la vera del Parque del Oeste, la Gran Vía o Castellana y siempre un par de ojos te escudriñaban, dejándote un mensaje de deseo.
Pero yo debía conseguir trabajo, la vida es seria, hay que trabajar. Madrid 1976: vendedor de libros, de Tiempos compartidos, de ilusiones en cuotas.
Después el trabajo en la consultora de encuestas, aprendiendo un oficio que hoy, aun, es el mío.
Sin demasiada conciencia de mi parte fui testigo del referéndum de la Reforma Política, de las represiones policiales de 1976, del día que desmontaron el increíble monumento de la Falange, del día que Suarez legalizó al Partido Comunista, de los debates por la Constitución, del Pacto de la Moncloa. Compré libros antiguos en la calle de los Libreros, saqué innumerables fotos del Madrid de los Austrias, de la Glorieta de Bilbao, de Chamberí, la calle Goya, Serrano y Plaza Castilla. Madrid me invitaba a caminarlo todos los días.
Pero siempre ese dejo de angustia del trasplantado a otro sitio. Siempre la pregunta sobre Argentina, amable pero insistente. Siempre explicándose a los demás, ensayando una teoría de la Argentina en cada conversación. Por ejemplo
- Es que vosotros los sudamericanos sois de mucho color, mucha movida
- ¿No te estaras confundiendo con los caribeños? Mirá que en Buenos Aires no bailamos merengue...(Aun no existía la Movida Tropical..)
Siempre explicando que no hay indios, que no hay montañas en Buenos Aires, que no bailamos tango, que Isabel no es la Perona.
¿Cuando seré simplemente un ser humano, aquí, no un embajador de remoto pais sudamericano? Parte de un rebaño, justamente yo que lo único que deseaba era la inviduación, la personalización, saliendo de “aparatos” políticos que tienden a hundirte en el anonimato y a interesarte solo por juegos de poder.
Bueno, al final lo fui logrando: el primer cambio es interno y sucede en la lengua. Cuando me fui sorprendiendo del sonido porteño que algunos argentinos exageraban; cuando me empezó a gustar el “aquí”, más que el “acá”, el tu más que el vos, el “he visto” más que el “ví”; cierto canto intraducible del madrileño a nuestro canto italo-argentino.
Cuando rompí con el voseo y me adapté al canto regional, cuando adopté El Pais, me interesé por el fútbol local, cuando supe de cantantes, actrices y conductores de RTV, cuando conocí sitios para comer, cuando supe de historias de calles y lugares, cuando me sentí un residente de Madrid, uno más entre la multitud, cuando dejé de ser el argentino- emigrado- típico. Cuando lo logré, ya tenía el pasaje de vuelta para Buenos Aires.

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